15 de abril de 2018

Mestiza


Cuando era pequeña vivíamos en una granja en la frontera del bosque ya que mi padre era humano y mi madre una elfa. La familia de mi madre siempre me rechazo por mi mitad humana. En cuanto tuve la edad suficiente me mandaron a estudiar a la torre de magia.

Estuve muchos años estudiando en las mazmorras, donde ninguno de los magos se esforzaba por enseñarnos y nos echaban la culpa por no saber. Mis compañeros aprendices siempre me trataron correctamente, hice amigos e incluso me enamoré de uno de los aprendices. Nuestros sentimientos eran puros e inocentes mientras duraron.

Cuando empece no podía controlar la magia correctamente, los magos no creían que fuese cierto así que me gritaban y obligaban a seguir haciendo el mismo conjuro hasta que se me acabase el maná. Lo único que conseguía con eso era una terrible sensación de frustración, de fracaso y dejarme peligrosamente sin maná. Todo eso hizo que me sintiese muy sola, abandonada, estúpida, incomprendida e hizo que odiase lanzar hechizos y mucho más si era con público. Incluso volvieron a mi madre en mi contra durante meses hasta que vio que no mentía y allí empezó su batalla para conseguirme una ayuda útil y real que le costo varios años conseguir.

Día si y día también sufría la ira de los magos, pero sobretodo de la maga Agápë a la que le gustaba castigar a los aprendices con hechizos prohibidos si algo no salia como ella quería. Un día volví a casa con la marca del hechizo en la cara, mi padre se enfado tanto al verlo que fue directo a la torre a pedir explicaciones. El archimago negaba la posibilidad de algo así ocurriese bajo su techo y le mandó a que arreglase sus diferencias con Agápë, aunque ella seguía negando que eso pasase mi padre la amenazo para que parase.

El verano en el que nos iban a sacar de las mazmorras fui a jugar con mi vecino que estudiaba conmigo en la torre, jugábamos al aire libre cuando él intento propasarse. Yo me negué, el insistió, así que le di un rodillazo en los huevos, le empujé al suelo y huí. Huí hacia su casa ya que con su madre allí presente sabia que no volvería a intentar nada. Me despedí de ella y corrí hacia casa sabiendo que no me seguiría pero con miedo en mi interior. En cuanto llegué a casa el miedo desapareció y borré aquel recuerdo de mi vida. No volví a pensar en ello y no volví a verlo a él hasta muchos años más tarde.

Cuando me sacaron de la mazmorra me pusieron bajo la tutela de la maga Spinna, no conocía a ninguno de sus aprendices y eso me aterrorizaba, así que empecé clases de espada para poder defenderme. Mis temores resultaron ser acertados ya que la mayoría eran unos sádicos que disfrutaban con el sufrimiento ajeno, pero de entre toda esa chusma encontré a gente que parecía merecer la pena. Aunque Spinna entendía mi problema con la magia no veía la naturaleza de sus aprendices e intento explicarles que tenia un caso común de Poderpo (había tanto poder en mi que lo hacia difícil de controlar) para que fuesen mas amables conmigo pero consiguió justo lo contrario, me trataron como a una apestada el resto del año.

Mientras lo años pasaban fuimos cambiando de magos y la crueldad de los aprendices aumentaba. Nuestro tormento empezó con risas en el pasillo. Todos los magos hacían oídos sordos ya que solo eran cosas de aprendices. Nosotros intentábamos ser fuertes y no hacerles caso pero como el mar que choca siempre con la misma roca nos iba afectando poquito a poco. Fue algo que al final me sumió en una gran tristeza. En mitad de todo aquello mis padres se separaron y yo descubrí la belleza de los hechizos. Fue una época bastante oscura y dolorosa para mí.

Mi último mes en la torre empecé a salir con un humano que se llamaba Yaü, lo conocí cuando me sacaron de la mazmorra pero en aquel entonces no le había echo mucho caso. Al principio era atento y cariñoso, pero lentamente empezó a cambiar.

Cuando terminé mis estudios en la torre decidí estudiar runas donde me hice amiga de Fier, una de las aprendices. La casa del Mago que lo enseñaba estaba justo al lado de la academia de caballeros, allí vi por Primera vez a Mija'ael mitad humano mitad orco con su brillante armadura y larga cabellera, no fui a la única a la que impresionó. Mientras viajaba por los cristales de comunicación le encontré y empezamos ha hablar, Fier también quiso conocerle pero su relación con él no la satisfacía, ella quería más. Como yo ya tenía pareja intente conocerlo como amigo pero la química era innegable cosa que enfurecía a Yaü y le hizo caer en espiral. Se volvió más posesivo, controlador e inseguro y yo no estaba dispuesta a soportar a nadie que me tratase de esa manera. Intenté cortar con él pero suplicó entre lágrimas que me lo pensase unos días y que le dijese la respuesta, la decisión ya estaba tomada pero acepte para que el pudiese asumir lo inevitable. Después de la ruptura no tardé mucho en caer en a los brazos de Mija'ael cosa que enfureció a Fier y puso al resto de mis amigos en contra de Mija'ael. Entre Fier mintiendo y Yaü queriendo volver mis amigos intentaron hacerme una encerrona que les salio mal, eso me hizo darme cuenta que quizás no eran tan buenos amigos si creían a alguien que no conocían casi antes que a mí.

El día que le presente Mija'ael a mi padre le cayo estupendamente ya que nunca le había gustado Yaü. Le ofreció fumar de su pipa, pero Mija'ael se negó creyendo que así causaría una mejor impresión, al ver que no era así acepto rápidamente.

Cuando terminé de estudiar quise que alguien me contratase pero no encontraba a nadie dispuesto a pagar a una maga Novata. Mija'ael tampoco consiguió ser parte de la orden de los caballeros ya que si no tenias un pariente en el era casi imposible entrar, así que empezó a ayudar a su padre con la tienda que acababa de adquirir. Aquello empezó a sumirme en la oscuridad, justo cuando menos me lo esperaba mi padre murió. Me sentí como si estuviese encerrada en un pozo, como si el agua empezase a subir y alguien hubiese puesto una reja en la salida. En esa semana descubrí que amigos merecían la pena y cuales no, en los meses siguientes también descubrí que la sangre no lo era todo.
Un día mientras iba al mercado me encontré a un pequeño Nekomata, me enamore de él en cuanto lo ví y me lo llevé a casa. El empezó a curarme lentamente y dándome un propósito para existir. A los dos años un Cait Sídhe entró en nuestras vidas completando nuestra pequeña familia.
Al tiempo empecé a trabajar en una fábrica de pociones del amor y aunque no pagaban mucho oro eso nos acercaba más a la posibilidad de correr aventuras por el mundo.

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