Cuando era pequeña vivíamos en una
granja en la frontera del bosque ya que mi padre era humano y mi
madre una elfa. La familia de mi madre siempre me rechazo por mi
mitad humana. En cuanto tuve la edad suficiente me mandaron a
estudiar a la torre de magia.
Estuve muchos años estudiando en las
mazmorras, donde ninguno de los magos se esforzaba por enseñarnos y
nos echaban la culpa por no saber. Mis compañeros aprendices siempre
me trataron correctamente, hice amigos e incluso me enamoré de uno
de los aprendices. Nuestros sentimientos eran puros e inocentes
mientras duraron.
Cuando empece no podía controlar la
magia correctamente, los magos no creían que fuese cierto así que
me gritaban y obligaban a seguir haciendo el mismo conjuro hasta que
se me acabase el maná. Lo único que conseguía con eso era una
terrible sensación de frustración, de fracaso y dejarme
peligrosamente sin maná. Todo eso hizo que me sintiese muy sola,
abandonada, estúpida, incomprendida e hizo que odiase lanzar
hechizos y mucho más si era con público. Incluso volvieron a mi
madre en mi contra durante meses hasta que vio que no mentía y allí
empezó su batalla para conseguirme una ayuda útil y real que le
costo varios años conseguir.
Día si y día también sufría la ira
de los magos, pero sobretodo de la maga Agápë a la que le gustaba
castigar a los aprendices con hechizos prohibidos si algo no salia
como ella quería. Un día volví a casa con la marca del hechizo en
la cara, mi padre se enfado tanto al verlo que fue directo a la torre
a pedir explicaciones. El archimago negaba la posibilidad de algo así
ocurriese bajo su techo y le mandó a que arreglase sus diferencias
con Agápë, aunque ella seguía negando que eso pasase mi padre la
amenazo para que parase.
El verano en el que nos iban a sacar de
las mazmorras fui a jugar con mi vecino que estudiaba conmigo en la
torre, jugábamos al aire libre cuando él intento propasarse. Yo me
negué, el insistió, así que le di un rodillazo en los huevos, le
empujé al suelo y huí. Huí hacia su casa ya que con su madre allí
presente sabia que no volvería a intentar nada. Me despedí de ella
y corrí hacia casa sabiendo que no me seguiría pero con miedo en mi
interior. En cuanto llegué a casa el miedo desapareció y borré
aquel recuerdo de mi vida. No volví a pensar en ello y no volví a
verlo a él hasta muchos años más tarde.
Cuando me sacaron de la mazmorra me
pusieron bajo la tutela de la maga Spinna, no conocía a ninguno de
sus aprendices y eso me aterrorizaba, así que empecé clases de
espada para poder defenderme. Mis temores resultaron ser acertados ya
que la mayoría eran unos sádicos que disfrutaban con el sufrimiento
ajeno, pero de entre toda esa chusma encontré a gente que parecía
merecer la pena. Aunque Spinna entendía mi problema con la magia no
veía la naturaleza de sus aprendices e intento explicarles que tenia
un caso común de Poderpo (había tanto poder en mi que lo hacia
difícil de controlar) para que fuesen mas amables conmigo pero
consiguió justo lo contrario, me trataron como a una apestada el
resto del año.
Mientras lo años pasaban fuimos
cambiando de magos y la crueldad de los aprendices aumentaba. Nuestro
tormento empezó con risas en el pasillo. Todos los magos hacían
oídos sordos ya que solo eran cosas de aprendices. Nosotros
intentábamos ser fuertes y no hacerles caso pero como el mar que
choca siempre con la misma roca nos iba afectando poquito a poco. Fue
algo que al final me sumió en una gran tristeza. En mitad de todo
aquello mis padres se separaron y yo descubrí la belleza de los
hechizos. Fue una época bastante oscura y dolorosa para mí.
Mi último mes en la torre empecé a
salir con un humano que se llamaba Yaü, lo conocí cuando me sacaron
de la mazmorra pero en aquel entonces no le había echo mucho caso.
Al principio era atento y cariñoso, pero lentamente empezó a
cambiar.
Cuando terminé mis estudios en la
torre decidí estudiar runas donde me hice amiga de Fier, una de las
aprendices. La casa del Mago que lo enseñaba estaba justo al lado de
la academia de caballeros, allí vi por Primera vez a Mija'ael mitad
humano mitad orco con su brillante armadura y larga cabellera, no fui
a la única a la que impresionó. Mientras viajaba por los cristales
de comunicación le encontré y empezamos ha hablar, Fier también
quiso conocerle pero su relación con él no la satisfacía, ella
quería más. Como yo ya tenía pareja intente conocerlo como amigo
pero la química era innegable cosa que enfurecía a Yaü y le hizo
caer en espiral. Se volvió más posesivo, controlador e inseguro y
yo no estaba dispuesta a soportar a nadie que me tratase de esa
manera. Intenté cortar con él pero suplicó entre lágrimas que me
lo pensase unos días y que le dijese la respuesta, la decisión ya
estaba tomada pero acepte para que el pudiese asumir lo inevitable.
Después de la ruptura no tardé mucho en caer en a los brazos de
Mija'ael cosa que enfureció a Fier y puso al resto de mis amigos en
contra de Mija'ael. Entre Fier mintiendo y Yaü queriendo volver mis
amigos intentaron hacerme una encerrona que les salio mal, eso me
hizo darme cuenta que quizás no eran tan buenos amigos si creían a
alguien que no conocían casi antes que a mí.
El día que le presente Mija'ael a mi
padre le cayo estupendamente ya que nunca le había gustado Yaü. Le
ofreció fumar de su pipa, pero Mija'ael se negó creyendo que así
causaría una mejor impresión, al ver que no era así acepto
rápidamente.
Cuando terminé de estudiar quise que
alguien me contratase pero no encontraba a nadie dispuesto a pagar a
una maga Novata. Mija'ael tampoco consiguió ser parte de la orden de
los caballeros ya que si no tenias un pariente en el era casi
imposible entrar, así que empezó a ayudar a su padre con la tienda
que acababa de adquirir. Aquello empezó a sumirme en la oscuridad,
justo cuando menos me lo esperaba mi padre murió. Me sentí como si
estuviese encerrada en un pozo, como si el agua empezase a subir y
alguien hubiese puesto una reja en la salida. En esa semana descubrí
que amigos merecían la pena y cuales no, en los meses siguientes
también descubrí que la sangre no lo era todo.
Un día mientras iba al mercado me
encontré a un pequeño
Nekomata, me enamore de él en cuanto lo ví y me lo llevé a casa.
El empezó a curarme lentamente y dándome un propósito para
existir. A los dos años un Cait Sídhe entró en nuestras vidas
completando nuestra pequeña familia.
Al
tiempo empecé a trabajar en una fábrica de pociones del amor y
aunque no pagaban mucho oro eso nos acercaba más a la posibilidad de
correr aventuras por el mundo.